viernes, 9 de octubre de 2009

Homenaje al sanguche de milanesa



Tomarse a sí mismo como objeto
La obra de Sandro Pereira tiene el encanto de producirnos una gran confusión. Más cuando de escribir de ella se trata. Todo el mundo lo sabe: no soy escritora ni pensadora, así caigo fácilmente en la maraña cuando me encuentro frente a la producción de mi Sandrito.
El caso es que la magia, o la astucia inconsciente de este artista consiste en tomarse a sí mismo como objeto. Mas el enredo no se resuelve con haber descubierto este punto básico, pues la verdadera sabiduría reside en alejarse de sí mismo, y hacer no obstante que el objeto remita a él (¿no es astuto el gordito?). Sin embargo, la pregunta es si se trata en verdad de un acto volitivo de quien produce la obra, o bien sus piezas (el objeto), reclaman ser tenidas en cuenta y * rodean insistentemente con su mutismo al artista. * En todo caso éste ya no se expresa sino a través de sus simples objetos, por lo tanto, dudamos si la expresión es verdaderamente suya, aún cuando su manera de tratarlos, * termina por definirlo en cierto modo.
La magia es esa: Sandro nos pone en un punto en el que nos sentimos como Talita, quien parada sobre un solo pie mira la rayuela difusamente dibujada en el piso. ¿Acaso el artista habla impúdicamente de sí mismo, o es que, (como en realidad pienso) sus piezas hablan solas, remitiendo por voluntad propia a su autor? (esto en todo caso, es lo que resulta inevitable).
Como la obra de Rodolfo Bulacio, la de Sandro Pereira también está destinada a seducir y corromper al espectador. Seduce con su gracia, desfachatez e ironía: corrompe cuando comprendemos que se trata de un oxímoron. Las piezas concebidas con humor se empeñan en revelarnos aspectos más patéticos de su autor, y la autoironía surge por voluntad propia del objeto.
No hay más que un gordito en todas y cada una de las piezas. Así, el espectador se encuentra siempre frente al mismo sustantivo que por voluntad del objeto se adjetiva caprichosamente cada vez remitiendo a los pliegues ocultos del autor.
Así pues:
Solo
Plantado
Naúfrago
GORDITO Abandonado
Perdido
Insultado
Discriminado
Lloroso
Amante
Pero la astucia de los objetos no se agota: compelen al espectador a buscar nuevos y deseados adjetivos, necesidad sin duda producida por la emoción que de la contemplación de éstos deviene: ACOMPAÑADO , ENCONTRADO ,CUIDADO , ADMIRADO , RIENTE…..AMADO…
CARLOTA BELTRAME
(*:A estas expresiones escritas en cursiva las saqué del prologo de METODOS. La práctica de la literatura. El vaso de agua y otros poemas-ensayo de Francis Ponge , escrito por un señor llamado Silvio Matón, y titulado invitación al gusto.)

Tucumán arte
Por Gustavo A. Bruzzone,año 2000
a desarticulación del entramado social
en la que vivimos desde siempre los
argentinos nos ha conducido en
muchas oportunidades a desentendernos o
desconocer qué es, en relación a la
disciplina que nos es propia, lo que está
pasando en un punto del país ajeno a
nuestra órbita de acción e influencia. Las
divisiones tradicionales entre interior y puerto
se suman a otras más sutiles que nos siguen
perjudicando al impedirnos conocer qué es
aquello que nuestros compatriotas están
haciendo. Las artes plásticas,
especialmente, se ven conmovidas por esa
disociación, por esa ignorancia que reduce y
estrecha la capacidad de conocimiento, de
intercambio; en definitiva: la posibilidad de
crecer por la confrontación de experiencias
similares. En este campo, para un porteño
conocer lo que ocurre en el interior del país
es un misterio que, si no se tienen los
contactos correspondientes, es imposible de
establecer. Afortunadamente esa tendencia
a golpes de voluntarismo y esfuerzos
individuales se va rompiendo y nuestro
desconocimiento se va nutriendo de una
multiplicidad de contactos estimulados por el
capricho, la casualidad y el destino, pero se
va caminando en pos de regenerar un
entramado social de contactos
indispensables que nos ayuden a pensar un
proyecto y realidad cultural que exceda las
limitaciones localistas. En consecuencia,
llegan hoy noticias al puerto de que en
Tucumán está pasando algo y todos
prestamos atención; nos alegra saberlo
porque lo desconocíamos (¿Será cierto?)
La enseñanza en los colegios o
universidades nacionales, provinciales o
municipales que se encargan de estimular la
formación de artistas no escapa a esa
desarticulación que atañe a todo nuestro
proceso curricular. Si bien hay un circuito de
universidades nacionales estas no tienen
contacto alguno entre sí. Todo por hacerse.
Frente a eso, insisto, nos llega la novedad
de que en Tucumán hay un grupo de
docentes que se encarga de "formar
artistas" y que no se limitan meramente a
enseñarles las técnicas de los discursos con
que se expresan ellos en las artes visuales.
Llega la novedad de que hay docentes que
estimulan para
que el "estudiante” de arte "produzca obras"
y no que se limite a repetir miméticamente la
técnica del maestro en ejercicios para la
aprobación de cursos de dudosa valía e
importancia. Llega la noticia de que hay un
grupo de estudiantes en la Facultad de
Artes de la UNT que superaron el nivel
embrionario de estudiantes y que ya pueden
ser considerados artistas. Suena entonces
una frase, una sigla, una consigna: "Taller
C" ¿Qué es eso? Corre la década del ‘90 y
una cátedra de enseñanza de pintura a
cargo del artista Marcos Figueroa como su
titular, se convierte juntamente con el auxilio
de la artista Carlota Beltrame como su adjunta, en una especie de usina generadora
de artistas plásticos. ¿Será verdad? ¿Están
exagerando? No es cuestión de exagerar
pero si de señalar que frente al estilo de
enseñanza tan al uso en todo el país (todo)
nos encontramos con un grupo de docentes
que, con muy poco, cambian una manera de
hacer docencia. Rompen con el discurso
instalado y proponen otra cosa. Siempre se
avanza a base de rupturas, las artes
especialmente...
Los intercambios se proyectan
institucionalmente a través de la Fundación
Antorchas con sede en Buenos Aires.
Críticos, curadores, artistas del puerto
desembarcan en Tucumán para la conquista
y son fagocitados por una realidad que los
supera. Iban a dar clases y vuelven sorprendidos: enseñados. Miradas distintas y
hasta antagónicas pero abiertas descubren
que en la cansina manera de hablar de los
jóvenes artistas tucumanos existe una cierta
originalidad espontanea y auténtica que los
desestabiliza. Los discursos se
retroalimentan. La sorpresa los regresa al
puerto diciendo: "En Tucumán está pasando
algo... es difícil de explicar... pero algo
pasa". Frente a la nada del resto del país,
frente a las repeticiones producto de las
últimas alas, en Tucumán se está gestando
algo... No exageremos igual... Todo tiene su
tiempo de gestación, de maduración, de
evolución. Que nadie crea que hay algo así
como un movimiento vanguardista o cosa
por el estilo. Hay algo más sutil, más
importante: un intento docente gestado en
potenciar la capacidad creadora sin
condicionamientos y que está dando frutos.
Acreedor de ese contexto un representante
paradigmático de ese grupo pronto exhibirá
una obra pretenciosa por su tamaño y su
mensaje, que viene a romper el molde de
las esculturas u objetos que el estereotipo
preanuncia. Inspirado en la tradición de
erigir estatuas que desde el bronce o el
mármol aluden a la importancia del
representado Sandro Pereira instala en un
lugar emblemático de la ciudad de San
Miguel de Tucumán su homenaje a "El
Sánguche de Milanesa". No se trata ya, por
ejemplo, de los dudosos próceres que las
instituciones militares o los políticos nos han
legado. Se trata de un gordo a punto de
comerse un sánguche de milanesa como
uno puede encontrar por cientos y miles en
las calles de cualquier pueblo tucumano o
del resto del país. Homenaje tanto a ese
entremés tan caro a los tucumanos -y al
resto de los argentinos- como a la gordura,
central en la obra (y la anatomía) de
Pereira. El menir del sánguche inmortaliza
una comida de apuro (como son las de
muchos de nuestros compatriotas hoy en
día) y resalta lo cotidiano en los valores
trascendentes de una cultura. Los
productos globalizados del combo y la cajita
feliz recuperan así su claro segundo plano
frente al valor en la dieta nacional de un
producto absolutamente autóctono. Desde
el Jardín de la República se proyecta al
mundo y nos recuerda a los argentinos
dónde buscar nuestro norte (¿en
Tucumán...?) Paródica, conceptual, naif,
atrevida, emblemática, directa, polémica "El
Sánguche de Milanesa" está llamado a ser
el monumento que los argentinos
estábamos esperando y que estamos
necesitando para recuperar la posibilidad de
reírnos de nosotros mismos remarcando la
importancia de la ironía y lo lúdico como
discurso de aproximación al mundo del arte
¡Cuánta falta nos hace frente a tanta
solemnidad o reclamo de inconducente
teorización cuasi calvinista! Sin culpas: el
arte, en Pereira, es básicamente juego,
alegría y disparate (¡Viva!) EI arte es
"también" diversión y una sonrisa. Ojala
Sandro Pereira nunca deje de divertirse
cuando produce obras de arte y que
siempre conserve ese espíritu de niño que
juega con plastilina.
(Che, Sandrito: ¿dónde venden un
sánguche...?)


Sandro Pereira: una sonrisa irónica en el centro de una milanesa
“Las milanesas, un corte muy delgado de carne recubierto con pan, ligado a ella gracias al huevo batido, que todo lo pega, son para la Argentina casi un refinamiento. Es cocina que requiere un alto grado de elaboración, a diferencia del bife, o sea, la carne en bruto apenas asada. Una que sirve para unir, además, ajo y perejil, que se mezclan con el huevo batido para darles mayor sabor. Luego, es preciso que naden en suficiente aceite bien caliente, para que al freírlas queden crujientes. La paradoja es que el ahorro financiero de la carne se derrocha en huevo, aceite y, sobre todo, en el tiempo que lleva hacerlas, que es su principal valor agregado. Sin embargo, las milanesas, que suelen hacerse en grandes cantidades, deparan a veces algunas gratificaciones extra, como es justamente la que a vos te intriga: el sándwich de milanesa. Es decir, abrís la heladera y te encontrás con que no tenés jamón o queso, y divisás una milanesa que sobró de la noche pasada. Si tenés un buen pan, mayonesa y, más que nada, una buena cantidad de mustard (mostaza), te podés hacer un festín. También hay algo de lo irracional en la receta del sándwich de milanesa, por aquello de ‘pan con pan comida de zonzo’, que implica algo desabrido”.

Ana Martínez Quijano
Sandro Pereira es un hombre corpulento de apetito irónico. Durante mucho tiempo se ha parodiado a sí mismo utilizando los estereotipos trasnochados de su infancia, creando figuras de tamaño natural y en pequeña escala influidas por el Pop Art y la cultura popular. Sin embargo, estas figuras poseen un costado crítico particular; por un lado se burlan del yo autobiográfico, por otro sugieren que la vitalidad y la presencia de las tradiciones populares pueden servir de bastión contra el imparable proceso de americanización de la vida cotidiana en la Argentina.
En su “Autorretrato con galleta”, Sandro se exhibe como un rústico enano encima de una galleta, como un cómico contando un chiste en un music hall. La risa dice mucho sobre nuestras vidas, y vale la pena recordar que la mayoría de los americanos siguen la política escuchando los comedy shows de la noche; quizás esto explica por qué su voto oscila caprichosamente hasta el último momento. No es simplemente una cuestión de ver qué candidato cuenta el mejor chiste, sino de qué comentarista hace la observación más mordaz, diciendo lo justo para permanecer en el subconsciente del votante en su camino a las urnas.
Para esta ocasión, Pereira ha construido un sándwich de milanesa gigante, impulsado hacia arriba en un pedestal, como si fuera un monumento del diecinueve; con la particularidad de que es el propio artista quien hace de pedestal y está a punto de tragarse la milanesa, símbolo de una gran cultura carnívora que durante siglos ha devorado vacas enteras, y asimismo del descenso de los valores morales, de las “vacas flacas”, de los malos tiempos. Entonces le pregunté sobre el mito de la milanesa a mi amiga Ana Quijano, que escribe en El Economista, para que me ilustrara en el tema, y ella no se hizo esperar, elocuente; y yo podía ver el pedestal de Sandro escalando cada vez más alto. Disparate tras disparate, podía incluso sentir la carne saliéndose por un lado, goteando con la suculencia de la retórica. Esta es una obra que se fundamenta en la ironía entendida como apetito.
El impulso paródico de la obra de Sandro Pereira encierra la redefinición posmoderna de la ironía como repetición pero con una distancia crítica, que permite la enunciación irónica de la diferencia en el centro mismo de la similitud, representando así tanto el cambio como la continuidad cultural. Ahí va la milanesa, a la deriva en un pedestal, vista como símbolo desesperado de una cultura carnívora, mientras el mismo mercado de la carne se desmorona y el dólar se vuelve el ciego destino de la economía argentina. ¡Es la risa amarga de una sociedad atada con sus propias cadenas! Carlos Gabetta señala en un artículo de Le Monde Diplomatique (agosto de 2000): “La sociedad vive una época extraña, desconcertada y desconcertante. Una democracia formal, que cumple regularmente con el ejercicio del voto e instala por lo tanto gobiernos legítimos. Pero luego de eso, en la vida cotidiana, enfrenta un aparato judicial enfeudado al poder y los intereses económicos, un congreso inoperante, fuerzas de seguridad violentas y corrompidas hasta la médula y un gobierno que persiste en vivir de espaldas a la realidad”. El pequeño Sandro, asombrado, empuja la milanesa hacia el cielo, un monumento a los restos que han quedado.
Por medio de la risa, esta obra se vuelve monumento dentro de una atmósfera de crisis general. El mismo periódico apunta en un editorial publicado en junio del mismo año: “Hay coincidencia colectiva –aunque no siempre expresada públicamente– en que las nuevas medidas de ajuste anunciadas por el gobierno argentino son de corto alcance y no harán más que desembocar en una nueva crisis. La alternativa que se plantearía entonces a la sociedad sería ‘devaluación o dolarización’, especulando con el endeudamiento privado en dólares. Pero la alternativa ‘devaluación o dolarización’ es falsa porque existen recursos económicos y legales que permitirían salir del cepo de la convertibilidad y reestructurar el pago de la deuda (que además es ilegal). Todo el problema consiste en determinar si los desaguisados y expoliaciones de un cuarto de siglo continúa pagándolos la sociedad o si esta será capaz de unirse para reclamar responsabilidades a especuladores, corruptos y usurpadores del ámbito institucional, político, empresario y sindical”. ¡Más milanesa para todos!
Jameson sostiene que en la posmodernidad la parodia “se ha quedado sin vocación” y ha sido sustituida por el pastiche, al que describe como una parodia sin malicia... Quentin Tarantino encontraría un sitio dentro de esta definición, pero los límites no son siempre claros o definidos. Pese a explotar la parodia y el juego, Sandro alberga un propósito más serio: su obra sabotea la tradición del monumento, y se mofa de lo heroico, que se viene abajo engullendo todo cuanto haya a su paso, ¡tanto cerveza como milanesa! Es algo así como una elegía burlona a su referente cultural, en un clima en que los argentinos se han convertido, con su inteligencia morbosa, en los objetivos de su propia risa amarga. Es un monumento al tono retórico, a la dificultad de hallar el énfasis adecuado. Estaba escuchando Cuando el río suena, de Adriana Varela, que abre su repertorio de los sonidos del Río de la Plata y que incluye candombes, murgas, milongas y chamarras con una vena más folklórica. Ella tiene la voz y es la voz de la experiencia acumulada, pero podría también haber derivado en una poesía urbana que hubiera puesto otras amargas ironías directamente sobre la mesa.
Apoyándose en la tradición popular, en especial la de las figuras de cerámica de su propia región, Sandro juega con diversas fuentes, ideas y apropiaciones que complican el campo referencial de la obra –tanto desde el punto de vista de las tradiciones locales como de la historia del arte contemporáneo–. De este modo, la obra sirve como modelo textual de una colectividad y de una comunidad de discursos. Desafía a la unidad y singularidad narrativa en favor de una multiplicidad de lecturas, de adaptaciones paródicas y perversas. Por supuesto que no hay nada inocente en todo esto; viene a ser la explotación deliberada de las ironías que acompañan siempre a un proceso autorreflexivo. Al atacar el concepto de los monumentos del diecinueve critica la historia estética de un género particular; al suspender en el aire una milanesa estilo Oldenburg está parodiando la americanización; y al escoger el plato nacional popular típico de los tiempos de crisis económica está otorgando un componente político a sus propios problemas y predilecciones alimentarios. Salman Rushdie explicó una vez: “Porque un ser humano dentro de sí mismo puede ser cualquier cosa excepto un todo; cualquier cosa menos homogéneo; todos los tipos de todas las cosas están revueltas dentro de él, y es una persona en un momento y otra en el momento después. El cuerpo, por otro lado, es homogéneo como nada (…) Es importante preservar esta entereza” (S. Rushdie, Midnight’s Children, Picador, Londres, 1981, p. 237). Sandro la conserva, pero es consciente de que, como sujeto, no es que se halle dividido, sino que está del todo fragmentado.
Esta pieza es, supongo que deliberadamente, “arte dentro del archivo memorístico de los textos” (Foucault), y se sitúa entre el arte pop y el popular. Y esto es lo que dota a la obra de su vertiente crítica y humorística. No es sólo un himno al presente, sino una intencionada presión ejercida sobre la continuidad del pasado dentro del presente –ecos de fiestas y diversiones, de ese gran diálogo entre el arte y las historias que conforman el posmodernismo–. En el contexto latinoamericano, mucho de lo creado parte de la tradición popular, que permanece intensamente viva. Al cuestionar el yo como el centro de todo, Sandro ha conseguido, paradójicamente, hablar de muchas más cosas.
Tengo muchos amigos en Tucumán y con los años he desarrollado el gusto por la empanada, hasta el punto que soy feliz deambulando por cualquier barrio en búsqueda del horno que haya producido una reciente campeona, o incluso una posible candidata para el título; o, a la desesperada, me quedaría con una perdedora elegante. Sandro puede estar empujándome a la milanesa, mientras que cualquier intento de comer lo que los franceses llaman bifteck saignant, literalmente goteando sangre, es una pérdida de tiempo, ya que, por una extraña razón, los argentinos tienden a cocinar la carne como si se tratara de una suela de zapato, en lugar de un placer suculento. Las distancias son muy largas en las pampas: se necesitan botas para andarlas, y pocos son los placeres. En el norte hay artistas que valen la pena, pero esas mismas distancias complican la comunicación efectiva con las galerías de la metrópoli. Ni que decir tiene que no son artistas regionales, pero sí que no comparten necesariamente las inquietudes de sus compañeros en Buenos Aires. Construyen y enmarcan sus vidas de acuerdo a sus propios problemas. Sandro cuestiona la naturaleza del referente, la relación del nombre con la cosa, del discurso con la experiencia. ¡Esta problemática y carnavalesca pedestalización de la milanesa debería ser ubicada para siempre, como gesto gargantuesco, en el McDonald’s de la avenida Corrientes! Y, si pensamos en ello, ha existido otro McDonald más afín al sentido de las cosas de Pereira que el del Big Mac: un satírico, aunque fuera por poderes. Para este McDonald, el cuerpo era la esencia de la vida, traicionado por la hipocresía y las pretensiones de una sociedad donde las personas eran entrenadas para alcanzar el poder por encima de todo. Una actitud tan diferente de la de Swift, a quien le horrorizaba el cuerpo, o la de Burroughs, que lo veía como un secreto oscuro más que como uno dichoso. Pereira podría, con una sonrisa generosa, corear un comentario publicado hace veinte años como ilustración a un desnudo masculino en Straight to Hell, una revista dedicada de forma explícita a contar relatos auténticos de sexo homosexual: “No soy sólo un ser humano, soy un pedazo de carne. ¿Y no es eso lo que somos todos?”.
Kevin Power
(Texto publicado en el catálogo de Lo material no cuenta, Galería Distrito Cu4tro, Madrid, España, diciembre de 2006-enero de 2007)

Sandro Pereira trabaja desde su propia imagen
En estos años hemos contemplado una verdadera galería de personajes, que , en suma son él mismo en diferentes actitudes y metamorfosis plantenado, desde allí, un discurso crítico sobre el hombre medio en Argentina.
No se trata en este caso de meros autorretratos de artista, sino que Sandro mismo se instituye, con decidida ternura y desenfado, en arquetipo de un modo de ser en estas latitudes, a pesar de las exclusiones generadas por los cánones de belleza institucionalizados de nuestra cultura hegemónica. De este modo el aparente gesto narcisista deviene en una profunda reflexión sobre lo social.
En algún punto, podríamos trazar cruces entre su discurso con los personajes emblemáticos de Antonio Berni (Ramona Montiel y Juanito Laguna) o con los gauchitos de Molina Campos, en el sentido de ocuparse de esas pequeñas historias de la gente común, lejos de la pedantería y grandilocuencia, tan características del modo de ser de muchos argentinos que tan bien analizan Orlando D´Adamo y Virginia García Beaudoux en “El Argentino Feo”. En nuestro caso la particularidad es que el artista pone su propio cuerpo como estrategia para alejarse de los modelos externos hipervalorados y recuperar lo propio. En una palabra, una actitud opuesta a lo que M. Moreno denomina “altercentrismo”.
En esta oportunidad se trata de un homenaje al sándwich de Milanesa, emplazado en el Parque 9 de Julio en la ciudad de San Miguel de Tucumán. Parque centenario concebido dentro de la tipología de parque francés ornamentado con réplicas de esculturas clásicas (en su mayoría), en escalas reducidas. El sitio elegido por Pereira está próximo a la Avenida Soldati- una de las cuatro avenidas que conforman su perímetro- en la que se ubicaron, en tiempos de la Dictadura Militar, otros monumentos de pretendida calidad escultórica que representan próceres argentinos y que con el tiempo se popularizó con el mote de Avenida de los Próceres.
De hecho, la elección del lugar no está desprovista de una mirada crítica mediatizada por una buena cuota de aparente inocencia, ya que en ese mismo ámbito urbano conviven junto a los desfiles cívico- militares, el partido de fútbol de los domingos, el paseo de la familia de clase media junto a la oportunidad para enamorados, punguistas, etc.
Formalmente el monumento pensado por Sandro Pereira no se aparta casi en nada del esquema de la escultura tradicional, o sea el dominio del volumen, la presencia del pedestal, el carácter conmemorativo, etc. Lo que lo particulariza es su dimensión crítica y la posibilidad de generar una disonancia irónica entre la solemnidad de sus pares kish y la aparente liviandad de su propio objeto de homenaje.
Mracos Figueroa
Tucumán- Argentina
Diciembre 2000

Elvis

año 2007

Salvavidas




año 2001

lunes, 5 de octubre de 2009

Distorsión de dimensiones

Retrato de Guillermo Kuitca
Guardianes acuaticos-2006





Autorretrato con arbol-2003








retrato de Guillermo Faivovich-2004































































Retrato de Cynthia Kampelmacher -2004


Sumo -2004






Grito -2003